
Antes de que existieran las botellas de plástico y las cantimploras modernas, en muchos rincones de España se confiaba en un objeto tan humilde como ingenioso: la bota de agua.
La bota es una bolsa flexible hecha de cuero, tradicionalmente de cabra o oveja, que se utilizaba para transportar líquidos. Aunque hoy en día la asociamos casi exclusivamente con el vino, en tiempos pasados también se usaba para llevar agua, sobre todo en las zonas rurales. Tenía forma de gota y estaba recubierta por dentro con pez, una resina natural que impermeabilizaba el cuero y evitaba filtraciones. Se cerraba con un cordón y una boquilla, a veces con un tapón de madera o plástico, que permitía beber a chorrito — ¡sin contacto directo con la boca! Pastores, jornaleros, soldados y caminantes la llevaban colgada al hombro o en la cintura. Era ligera, resistente y mantenía el agua fresca durante horas, incluso en los días más calurosos del verano.
La bota de agua es un testimonio de cómo se vivía y se resolvían las necesidades cotidianas antes de la era del plástico. Es un objeto sostenible lleno de tradición.
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